jueves, 25 de abril de 2013

¡No va conmigo!

Definitivamente para esto no soy buena. Jamás lo he sido, a pesar de que lo he intentado hasta en el colegio. Y para ser sincera, me asusté mucho cuando la profe Erna anunció que para esta clase debíamos traer un instrumento. De inmediato pensé: “si nos hace tocar en frente de todos, de seguro pasaré una vergüenza tremenda cuando todos descubran que tengo menos ritmo que una gotera”, así que para evitar un poco esto preferí llevar una especie de sonaja (hecha por mí con lentejas). Con eso ya podía estar más tranquila, no tenía mucha ciencia tocar una sonaja. Pero al llegar a la clase, la profe como siempre, rompe toda idea preconcebida y hace lo que uno menos espera. Eso es fantástico.
Para hacer el cuento más corto, la profe nos dio indicaciones para que dejáramos nuestros instrumentos en un círculo al centro de la sala, después que escogiéramos uno y finalmente que lo tocáramos cuando ella dijera. Todo esto debería transcurrir en silencio, idea que me gusta mucho, pero que es bastante inalcanzable: definitivamente nos cuenta mucho callar en clases!! 
Luego nos fue mostrando en un ppt, diversos colores: negro, anaranjado, verde, rosado, amarillo, etc. Nuestra tarea era mostrar a través del instrumento que habíamos escogido, qué sentíamos cuando veíamos tal color…. Cómo les contaba en un comienzo, yo y los instrumentos no nos llevamos bien y siendo lo más honesta posible, me costó mucho encontrar aquella “comunicación” que la profe nos pedía, entre los colores y el instrumento… ¿En verdad era posible que un color me produjese “algo”  y que ese “algo” yo lo transmitiera a través del instrumento?
La respuesta afirmativa no estaba dentro de mis opciones. Pero hice un esfuerzo, tenía que hacerlo, pues entendía que esa actividad me daría una mayor sensibilidad con respecto a la música y los sonidos. Me costó, pero creo que lo logré ya que después noté que mis compañeros también expresaban sonidos parecidos con cada color, sobre todo cuando la profe nos mostró palabras como “rabia, pena, alegría”, etc. Después  un compañero tocó una especie de TAMBOR y nosotros debíamos seguir el ritmo que él llevaba, situación que no me resultó tan complicada.
Fue una experiencia enriquecedora  en donde enfrenté algo en que no creo ser tan hábil, dándome cuenta de que si soy capaz de lograrlo, si me esfuerzo, concentro y pongo lo mejor de mí.
Sé que en muchas áreas de nuestra vida nos sentimos como yo hoy me sentí al comienzo de la clase: incapaces, inútiles, inservibles… Estoy segura que no he sido la única, ni lo seré.


Pero estoy profundamente agradecida de la vida, quien a través de pequeñas cosas nos da una enseñanza muchas veces incomprensible a nuestra razón. Hoy aprendí que podemos conseguir muchas cosas si nos lo proponemos, que hay miles de oportunidades para fortalecer las debilidades y que cuando nos ponemos una meta podremos llegar a ella, y ya no la veremos tan lejana. La terapia perfecta está en ti…